Nuestro cuerpo gracias a su instinto de conservación responde a la ley del mínimo esfuerzo, por eso la falta de ejercicio provoca que se atrofie nuestra musculatura con mucha rapidez.
Esto es debido a que si tenemos más músculo el metabolismo funciona más rápido y el organismo envejece más rápido. El cuerpo buscando la máxima economía en sus funciones internas se adapta prescindiendo de aquello que le sobra.
El músculo es un tejido vivo que consume más energía que las células grasas los adipocitos. Por otro lado, salvo algunos músculos muy concretos que trabajan en funciones internas (contracción del corazón por ejemplo), la función de la musculatura es la de relacionarnos con el exterior, movernos, trabajar, conseguir el alimento, hacer esfuerzos … de ahí que si el cuerpo está inactivo tiene a eliminarlo porque no lo necesita y así ahorra esfuerzos.
Además la musculatura cuando se ejercita almacena energía en forma de glucógeno y retiene agua, lo que hace que este tejido sea más pesado que la grasa. Este es un motivo más para que el cuerpo tienda a desprenderse del peso muscular si no lo necesita para a supervivencia.
Es curioso que aunque a nosotros nos guste estar bien fuertes y musculados porque estéticamente nos favorece, a nuestro cuerpo esto le da igual y sólo va a mantener el músculo si le hace falta para mantener un nivel de actividad física.
Esto se puede comprobar con mucha facilidad si tras desarrollar la musculatura con un programa de entrenamiento de fuerza concienzudo nos entregamos al descanso prolongado.
La primera adaptación a esta nueva situación es una pérdida de peso y volumen que se atribuye a la pérdida de músculo, glucógeno y agua.
Esta pérdida de peso inicial es temporal porque pasado un tiempo empezamos a recuperar el peso y volumen poco a poco, pero esta vez en forma de grasa y con la pérdida de la definición de la musculatura que va quedando oculta por el revestimiento de grasa que queda bajo la piel.
La pérdida de tejido muscular hace que nuestro cuerpo consuma menos energía y por eso tienda a acumular el excedente en forma de grasa. Por eso el entrenamiento de fuerza es un buen medio para consumir el excedente de energía por medio del desarrollo de la musculatura ya que la musculatura consume el veinte por ciento del metabolismo.
Un buen programa de pérdida de peso debe contar con el trabajo de la fuerza para conseguir un máximo aprovechamiento de los esfuerzos ya que se puede acelerar el metabolismo un cinco por ciento.
El músculo consume mucha energía para su mantenimiento por lo que nos permite quemar grasas hasta en reposo, sentados en el sillón, siempre que hayamos hecho el entrenamiento.
Por otro lado, al entrenar se destruyen muchas fibras musculares que tienden a regenerarse en el intervalo de descanso. La recuperación hace que la musculatura se regenere e incluso que se desarrolle más para que el cuerpo esté preparado de cara a un esfuerzo similar.
Este desgaste hace que el entrenamiento con pesas aumente el ritmo de combustión de grasa en el cuerpo hasta los dos días después del ejercicio que es el tiempo que puede tardar el organismo en predisponer al músculo para un esfuerzo similar.
Las fibras rápidas consumen más energía que las lentas, son menos económicas y se desarrollan por medio de ejercicios anaeróbicos, de ahí que los esfuerzos intensos nos permitan consumir más calorías, ya no tanto por su duración que no puede ser muy prolongada si no por el consumo de energía en el período de recuperación que aumenta respecto a los esfuerzos más ligeros.
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