En las artes marciales, las situaciones de lucha suelen derivar frecuentemente en el derribo y caída al suelo de uno o ambos luchadores. La brusquedad y sorpresa con la que se suelen producir estas situaciones en el combate genera grandes riesgos de lesión si estas caídas se producen sin tomar ciertas precauciones, por lo que en las disciplinas de combate siempre se suele prestar gran atención al entrenamiento técnico de las caídas.
Cada disciplina genera unos tipos de caída determinada, por lo que en cada arte marcial este aspecto se entrena de una manera concreta, pero generalmente hay una serie de principios basados en la física que nos van a permitir solventar cualquier tipo de caída reduciendo al máximo los daños provocados por la misma.
Por ejemplo, en Aikido se denomina Ukemi al arte de caer sin hacerse daño. En esta disciplina marcial, los ataques del adversario se resuelven la mayoría de las veces con la proyección o derribo del adversario, por lo que las caídas se producen continuamente en su práctica, por lo que es un aspecto que está muy integrado y elaborado en la sesión de entrenamiento.
Una de las estrategias básicas para minimizar el efecto del choque con el suelo sería la de repartir el contacto con el suelo entre la mayor superficie del cuerpo posible. Si el contacto se concentra en una zona muy reducida, toda la energía del impacto va a repercutir directamente en esa zona, pudiendo producir daños directos en la misma.
Por esta razón se opta por resolver la caída con giros y volteos, ya que el aterrizaje se produce progresivamente y la energía generada en el contacto se va repartiendo a lo largo de toda la superficie sobre la que se va girando y durante todo el tiempo que se prolonga el giro. En los giros, el cuerpo no encuentra un freno directo en el suelo, sino que encuentra un punto de contacto respecto a la que canaliza dicha energía respecto a una acción muy dinámica.
Si los giros fueran lentos, la situación de freno se produciría, pero al ser tan dinámicos, la energía de la caída se canaliza y disipa.
Sirva como símil el aterrizaje de un avión sobre la pista, que no frena su impulso en seco al tomar contacto con el suelo, sino que va reduciendo su velocidad progresivamente a lo largo de uno o más kilómetros para suavizar y amortiguar los efectos de su contacto con el suelo.
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