El hígado asume el papel más importante en la organización del metabolismo humano, siendo así una de las piezas esenciales en la fisiología humana.
Su nombre proviene del latín ficatum (alimentado por higos) y en virtud de sus dimensiones se puede considerar como la glándula más grande del cuerpo humano, con un peso que ronda el kilo y medio en el individuo adulto, siendo a su vez el segundo órgano más grande de nuestro organismo después de la piel.
En esencia, el hígado se encarga del filtrado, procesamiento y canalización de los distintos nutrientes y sustancias que ingerimos a través de los alimentos antes de que sean accesibles al resto de los tejidos.
De esta manera, el hígado se va a encargar de filtrar aquellas sustancias nocivas para el organismo que son absorbidas por la vía digestiva, impidiendo así que pasen al flujo sanguíneo.
Por otro lado, los recursos útiles son metabolizados para su almacén o utilización directa por vía sanguínea, como ya veremos más adelante, de ahí que el hígado pueda ser considerado como la central energética del organismo, así como la estructura encargada de la construcción y regeneración de tejidos.
En lo que a su localización se refiere, el hígado está alojado en la parte superior derecha de la cavidad abdominal, debajo del diafragma y justo encima del aparato digestivo (estómago e intestino), lo que supone una ubicación ideal para el desempeño de sus funciones.
Respecto a sus características anatómicas, el hígado es una glándula maciza de color marrón rojizo que esta recubierta por dos capas protectoras para su contención. En primer lugar, por un tejido conectivo denso e irregular que recubre totalmente a este órgano, y en segundo lugar por el peritoneo visceral que lo recubre parcialmente.
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La estructura del hígado
El hígado es una víscera de apariencia compacta pero de frágil consistencia, que a pesar de presentar una estructura maciza, está parcialmente compartimentado en lóbulos por ligamentos.
Así se considera que el hígado está dividido fundamentalmente en un lóbulo derecho y otro izquierdo por el ligamento redondo y el falciforme, aunque en la parte inferior del hígado podemos distinguir otros dos lóbulos: el lóbulo cuadrado y el lóbulo caudado.
Por otro lado, a nivel clínico y quirúrgico se distinguen ocho segmentos hepáticos, cada uno de los cuales cuenta con su propio aporte sanguíneo (arteria hepática, vena porta, vena hepática), linfático y drenaje biliar, lo que va a permitir a los cirujanos desecar una zona sin afectar al resto.
Si seguimos descendiendo por los distintos niveles de organización del tejido hepático nos encontramos con los lobulillos hepáticos, que son las unidades funcionales básicas del hígado.
Los lobulillos hepáticos, cuya presencia en el hígado se puede cifrar en torno a las 100.000 unidades, son estructuras de forma hexagonal, que resultan de la agrupación de células hepáticas alrededor de una vena central. En cada esquina del lobulillo circulan unos ramales de la arteria hepática, de la vena porta, y de los conductos biliares.
A nivel histológico, los lobulillos están constituidos por unas células epiteliales especializadas, los hepatocitos o células parenquimatosas, las cuales representan entre el 60 y el 80% de la masa total del hígado por lo que pueden ser consideradas como las células representativas del hígado, de hay que el tejido hepático sea también denominado como parenquimatoso.
De esta forma, el hígado queda estructurado como una especie de esponja por la que continuamente está circulando una gran cantidad de sangre, amparando en torno al 13% del volumen sanguíneo total en cada momento.
La bilis
Las células hepáticas o hepatocitos se configuran en diversas estructuras distintas para poder especializarse en el filtrado de los distintos tipos de sustancias que llegan al hígado.
A parte de las células de filtrado (los hepatocitos), el hígado también cuenta con un tipo de células especializadas en la destrucción de todos los cuerpos extraños y nocivos que llegan al hígado (bacterias, leucocitos, eritrocitos viejos, etc).
Este tipo de células (las células de Kupffer) realizan en el hígado la función de los leucocitos en la sangre, pudiendo ser así considerados como unos fagocitos fijos.
El filtrado de la sangre en los hepatocitos se facilita por la ausencia de capilares sanguíneos en el hígado. La sangre va a circular a través de los sinusoides, que son grandes espacios epiteliales revestidos de tejido epitelial (endotelio), lo que favorece la máxima distribución de la sangre entre los hepatocitos y con ello las labores de filtrado.
Por otro lado, los hepatocitos producen bilis, la cual vierten a través de los múltiples conductos biliares que recorren el hígado. La bilis es una sustancia líquida amarilla compuesta fundamentalmente de agua (en su 97%), en la que aparecen disueltas otras sustancias: colesterol, lecitina, bicarbonato, proteínas, … y sustancias biliares específicas:
– Sales biliares
– Pigmentos biliares: bilirrubina y biliverdina
La bilis emulsiona los ácidos grasos en gotas muy pequeñas, lo que facilita la acción de los jugos digestivos en su digestión.
El filtrado de la sangre
La bilis se produce en el hígado y se almacena en la vesícula biliar cuando no se está realizando la digestión. Al ingerir alimentos la bilis se libera desde la vesícula al intestino, concretamente al duodeno.
En el duodeno los ácidos biliares se mezclan con la grasa de los alimentos y facilitan su digestión. La mayor parte de las sales son reabsorbidas en el ileón para poder ser reutilizadas, incluso dos o tres veces en cada comida.
Las sales recogidas en el ileón retornan al hígado a través de la vena porta hepática, para ser finalmente reabsorbidas por los hepatocitos, lugar desde donde puede volver a empezar el ciclo
Como hemos visto hasta ahora, la actividad fisiológica del hígado consiste en el procesamiento de las distintas sustancias que transporta la sangre, de ahí que la circulación sanguínea en el hígado sea un aspecto esencial en el funcionamiento de este órgano.
En este sentido, hay que decir que la circulación sanguínea del hígado (circulación hepática) se desarrolla de un modo distinto al de otros órganos, para poder realizar adecuadamente su actividad metabólica.
Así la sangre que sale desde los intestinos cargada de nutrientes, así como la que viene desde el resto de los órganos abdominales es recogida por el sistema porta, que es un sistema de venas que se unifica en la vena porta hepática que es la encargada de llevar la sangre en última instancia hasta el hígado.
Cuando llega al hígado, la vena porta vuelve a dividirse en pequeñas venas y capilares para distribuir adecuadamente la sangre por el hígado. El hígado recoge la sangre cargada de sustancias alimenticias y nocivas y procede a su filtrado. De este modo el hígado absorbe y almacena por un lado las sustancias útiles, a la vez que aparta y elimina las nocivas.
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